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Quien diría que en apenas una semana hemos sido testigos atónitos y casi mudos de como se pisotea la libertad de los ciudadanos de la manera más vergonzosa posible: “La Censura”. Primero prohibiendo, “en cualquier horario” la transmisión del abominable y emético programa “José Luis Sin Censura”. Luego le llegó el turno al incalificable show de Francisco Pinoargotti, monumento a la vulgaridad donde los haya, primero con recomendaciones, seguidas de gruesos tijeretazos para, finalmente, aplicar el socorrido apagón. Si en Venezuela consideran imprescindible censurar a Homer Simpson, ese ejemplo puro de imperialista contrarevolucionario, ¿cómo permitir que Pinoargotti se atreva, siquiera, a pisar un plató en la incautada GAMA TV del Ecuador? Faltaría plus.
Reviso el mundo bloggero y, sin novedad en el frente : un puñado de valientes, en defensa de la libertad, alzando un escuálido hilo de voz, mientras otros, que antaño abrillantaban lustrosos sus, ya de por sí relucientes, armaduras de Lancelotes defensores de los derechos civiles, enarbolando banderas de indignación contra adefesiosos letreros que reservan el derecho de admisión, corifeos del totalitarismo atrincherados en gacetillas oficialistas, pseudo intelectualoides de cafetín, y serviles tinterillos expertos en redacción de ladrillos infumables que afirmaban padecer enfisemas respiratorios cuando mercenariaban su pluma en prensa escrita; ahora prefieren mirar pa’ otro lado, o incluso deslizan, voluntariosos, su cuello bajo la yunta de la fétida carretilla, del censor y a tirar, con alegres bríos al ritmo del celeuste de Carondelet, por el inquietante sendero de la castración intelectual.
Que ironía que un Gobierno que considera suficientemente maduros, para participar en política, a menores de 18 años, no tolere que los adultos decidan qué es lo que quieren ver por la tv.
Y ahora sale, el sátrapa, a quejarse porque a él también le censuran su derecho a informarnos sabatinamente de lo bueno que es, lo mucho y bien que trabaja, con esa gracia suya tan… suya, cuanto y con que ganas se come todo, como sacrifica su agobiante agenda para acudir presto al hipogrito huracanado del pepepótamo de Barinas, o contarnos por enésima vez lo mucho que Guayaquil vampiriza al resto de la Patria. Dice que va a elevar una denuncia de inconstitucionalidad contra la medida, sin darse cuenta que nadie impediría que Arturito, ese infatigable presentador de matinées, leyera un detallado informe de las actividades presidenciales cada sábado, siempre y cuando, claro está, no haya postulado su candidatura a un cargo elegido por sufragio universal. Qué quieren que yo les diga: prefiero a Homero.
Y en Venezuela amenazando a Globovisión. ¡Qué afortunada coincidencia!