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Hace unos días, al subirme a un avión de TAME regresando de Quito, me crucé con el Eco. Carlos Marx. No se trataba de la reencarnación ectoplásmica del escritor de El Capital (debo reconocer que la primera vez que visité el cementerio de Highgate en Londres me sobrecogió el cabezón que preside su lápida), sino del, no menos sobrecogedor, Presidente del Directorio de nuestro Servicio de Rentas Internas.
Encogido y siniestro, como engullido por el asiento del avión, ocupaba el puesto del pasillo en una de las primeras filas. Nadie se sentaba a su lado. Tenía un aspecto tristón, casi melancólico, que me sugirió cierta ternura. No parecía, desde luego, un buen compañero de viaje. Por un momento pensé en bajarme del avión, ante la posibilidad, nunca descartable, de que algún contribuyente asediado por los legionarios del SRI, decidiera hacer realidad velados deseos de venganza, pero el cansancio y las ganas de ver a mis hijos, además de la certeza del clima de sospecha inmediata que mi comportamiento inusual hubiera provocado en el ínclito funcionario, me hicieron desistir del empeño.
He expresado, en más de una ocasión, mi admiración por los funcionarios eficaces, con perfil bajo, administrativos, lúgubres y anodinos, pero minuciosos y eficientes, cuyos ejemplos más notorios se encarnan en las figuras de Elsa de Mena y Carlos Marx Carrasco. En palabras de Carmen Iglesias, miembro de la Real Academia Española:
“Los ilustrados y liberales […] siempre desconfiaron, con razón, de los grandes hombres y de los salvadores de la patria […], que son capaces de arrasar el presente de sus contemporáneos por un imaginario futuro de perfección y gloria […] Tal vez por eso, preferían gobernantes mediocres –en el sentido clásico de capacidad media, de moderación-, que cumplan con sus obligaciones y no espíritus iluminados que creen poseer la piedra filosofal para transformar el mundo según sus propias creencias ideológicas.” (en un próximo post hablaré de un excelente ensayo de esta Sra. Iglesias, desconocida para mí, hasta hace unos pocos días).
Sin embargo, en esta ocasión, quiero hacer patente mi desilusión con unas declaraciones, infelices, por tratarlas con complacencia, de este funcionario. Parece que hace unos días, interviniendo en un foro, organizado por la Cámara de Comercio Española, en Guayaquil, no tuvo mejor ocurrencia que declarar algo así como que SIN IMPUESTOS NO ES POSIBLE LA PROPIEDAD PRIVADA.
Este personaje, de natural desabrido y más bien soso, que cuando fue candidato por una coalición entre el Partido Socialista Cuencano y el MPD, recibió una votación similar a la audiencia que tendría una conferencia en sanscrito describiendo, milímetro a milímetro, las cualidades olfativas de las heces de la mosca tse tse, se aventura , en audaz acrobacia intelectual, por la escombrera del justificativo revolucionario, y, como no podía ser de otra manera, la embarra estrepitosamente. Resbalón, amigo Carrasco, resbalón y de los gordos.
No es que queramos entrar en debates estériles sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina, la propiedad privada o los impuestos, pero es que en este caso no existe tal discusión. La propiedad privada nació con el hombre, o incluso antes. Al nido de un ave migratoria, donde cría a sus polluelos y al que regresa año tras año, no lo protege ningún impuesto. La herramienta de sílex que un hombre de piedra forjó para cortar pieles y carnes era suya, en muchos casos hasta la muerte como lo demuestran tumbas prehistóricas, y ese hombre primitivo nunca escuchó hablar de los impuestos del Sr. Marx Carrasco.
No hace falta desplazarse tan atrás en el tiempo. ¿Será que no existe propiedad privada en los países conocidos como paraísos fiscales (donde apenas existen, o no existen, impuestos)? ¿En un lugar como Bahréin, donde no hay impuestos a las sociedades ni a las personas), sus habitantes no son dueños de nada? ¿No poseen vehículos, ropa, electrodomésticos y otros bienes? Patinazo, estimado Carlitos, patinazo de grueso calibre.
La ceremonia de la confusión continúa y los burócratas quieren hacernos creer que son imprescindibles en nuestras apesadumbradas vidas de ciudadanos libres. El intervencionismo del poder político sobre los ciudadanos raya en ocasiones en el delirio. En palabras de la antes mencionada Académica Iglesias, “Vivimos en una especie de Gran hermano político que quiere controlar súbditos obedientes y no a ciudadanos libres”.