A principios de los ochenta, se puso de moda
una serie de TV estadounidense cuyo título era "V" (simbolizando 2 cosas: Visitors y Victory). Probablemente la recuerdan: era aquella de los extraterrestres lagartos que llegaban a la tierra con aspecto sensualmente pecaminoso
(esa Diane con su melenaza cardada, y aquella mirada braguetera y lasciva... chuza, ¡cómo andaban
mis hormonas de alteradas en aquellos años!...) edulcorado con un
discurso de amistad y felicidad combosocialista, que, finalmente, no era más que la pantalla solapada de unos
lagartos tragarratas con feas intenciones de dominación y exterminio.
El canal ABC ha resucitado la serie con
un remake que comenzó flojonazo pero mejora con cada episodio, que
me he acostumbrado a descargar, movido, posiblemente, por
la calentura nostálgica de la pubertad perdida. En fin...
En cualquier caso, en el primer episodio del remake, cuando unos cuantos humanos escépticos descubren la verdad de la milanesa conspiratoria, se preguntan qué hacer contra un enemigo tan formidable que la mayor parte de la humanidad, inocente y cándida, se ha apresurado a recibir con admiración y entusiasmo. Las perspectivas no son muy halagüeñas porque,
los "Visitantes" cuentan con el arma más poderosa que existe: La Devoción.
Convertir a las masas en un
rebaño de devotos seguidores es una estrategia político social extendida desde los tiempos más remotos. Emperadores, reyes, faraones, jefes de tribu y sátrapas en general, no dudaban en atribuirse orígenes divinos para justificar su posición absolutista. En esta pantomima, era conveniente tener a mano la confirmación de tan audaz afirmación procedente del chamán, brujo, sumo sacerdote o profeta del lugar, el
Imhotep de turno que, apoyado en alguna habilidad especial, se declaraba interlocutor directo e
intérprete de los caprichos divinos de las deidades más fashion.
En tiempos más modernos, a medida que
el capitalismo liberaba a las masas de su condición de colectivo borreguil, permitiendo el disfrute y reconocimiento de la valía personal de cada individuo, los seres humanos se fueron haciendo
más escépticos, pero conservando en nuestra memoria genética, el devocionario implacable grabado a fuego por el hierro de la historia. Sabedores de esta huella genética, los nuevos sacerdotes al servicio del tiranuelo aspirante a guía mesiánico, se saben disfrazar de
expertos en mercadeo y sociología.
El gen devoto surge natural en asuntos triviales como el fútbol y otros deportes. Enervado por el fanatismo de la histeria colectiva,
el gen devocionario muta a ritmo de batalla tribal que, untada de abundante nacionalismo, termina por condenar al fanático a un amor por la camiseta que tanto despierta sus instintos más primarios, como eleva sus metafísica a cotas místicas de difícil alcance.
Desde hace un par de siglos, con la implantación dominante, que diría
Fareed Zakaria, de
modelos plebiscitarios de democracia, los
nuevos sacerdotes de la devoción, aprovechan la experiencia milenaria de las religiones, miran con
particular y babeante envidia, el indudable éxito expansionista del catolicismo, y ponen todo su conocimiento al servicio de candidatos políticos de todo pelaje, encontrando campo generosamente abonado, en el estercolero del populismo.
Del mismo modo que
los antiguos chamanes liberaban de responsabilidades a los líderes, asociando hambrunas y epidemias a la ira de los Dioses y otros mitos de cuestionable tesitura, los gurús de la política ponen un arsenal de nuevos mitos al servicio de las ambiciones del populista inescrupuloso, para que éste,
cómo cumpleañero con piñata, deje caer, a palazos, los
venenosos caramelos de la demagogia de cantina y novela.
Para el espectador común, en muchas ocasiones, estos mitos pasan desapercibidos como verdades absolutas e incuestionables. Audiencias más preparadas, sin embargo, detectan de inmediato el
desagradable tufo de la demagogia populista porque, al igual que cualquier organismo en fase de descomposición, la
dialéctica populista despide el fétido hedor de la podredumbre a leguas de distancia.
El escritor mexicano Enrique Krauze, en Junio del 2006
(Correa no era todavía Presidente y dudo que Krauze lo tuviera en mente al escribir la pieza periodística),
publicó un artículo titulado " Decálogo del populismo iberoamericano", revelador y muy acertado, poniendo a nuestra disposición un
catálogo de actitudes y ropajes de acuerdo a los cuales podremos
detectar con facilidad al POPULISTA RECALCITRANTE, por mucho que éste se empeñe en negar , como alcohólico adicto, su evidente adhesión al
amontonado club de los populistas caretucos. El artículo es extenso
(pero imprescindible y de muy recomendable lectura), así que me limitaré a enunciar los 10 rasgos, junto a un mínimo comentario, dejando de tu lado, amigo lector, la determinación para
discernir si tal o cual rasgo es detectable en el líder político que te resulte más conveniente. De esta forma, cuando hagas ejercicio de tu voto, ya no podrás negar tu favor o desprecio por el populismo.
1) El populismo exalta al líder carismático.No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. El Populista
no es un administrador de recursos y haciendas, sino de
pasiones y deseos, que precisa y manipula a su acomodo, la
ciega DEVOCIÓN de sus seguidores.
2) El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella.La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, "alumbra el camino", y hace todo ello
sin limitaciones ni intermediarios.3) El populismo fabrica la verdad.Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino "Vox populi, Vox dei". Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno "popular" interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y
sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas
abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla.
Desde que Joseph Goebbles, Ministro de Propaganda Nazi, los puso en blanco y negro, los populistas de todas las tendencias han aplicado con religiosidad los 11 Principios que permitieron el auge y mantenimiento en el poder del Nazismo Alemán. (ver final del Post)4) El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos.El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse y/o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él,
todo gasto es inversión.5) El populista reparte directamente la riqueza.Pero no la reparte gratis: Focaliza su ayuda,
la cobra en obediencia.
6) El populista alienta el odio de clases.Los populistas latinoamericanos corresponden a la definición clásica, con un matiz:
hostigan a "los ricos", pero atraen a los "empresarios patrióticos" que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.
7) El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales.El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece "Su Majestad El Pueblo" para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra "los malos" de dentro y fuera.
8) El populismo fustiga por sistema al "enemigo exterior".Inmune a la crítica y
alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera.
9) El populismo desprecia el orden legal.Una vez en el poder el caudillo tiende a apoderarse del Congreso, erigirse en
intérprete único de la "voluntad popular", destruir la legalidad vigente para implantar una nueva a su servicio, que usufructúa hasta el momento en que incluso esa legalidad, termina por incomodarle y se la salta sin pudor.
10) El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal.El populismo tiene, por añadidura, una naturaleza perversamente "moderada" o "provisional":
no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor,
enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica,
adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público.
Enlaces de Interés:
Populismo Frankestein11 principios de de Goebbels:1.
Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan."
4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
5. Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
6. Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad."
7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa "como todo el mundo", creando una falsa impresión de unanimidad.
“Miente, miente, que al final algo quedará... ...cuanto más grande sea una mentira, más gente lo creerá..." Joseph Goebbels