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Ya ni se acuerda cuando fue que la gente dejó de llamarle Don Francisco, o Don Paco. Su aspecto de encanecido abuelete de cuento, junto con la familiaridad que le habían tomado, había logrado que, poco a poco, sus vecinos comenzaran a llamarle Paquito. A él no le disgustaba y le permitía un eslogan político muy juguetón: “Paquito, pa Quito”.
Cómo a todo abuelete, a Paquito le fascinaba recordar sus heroicas batallitas, tiempos pasados cuando su espíritu aguerrido rindió tributo a la gloria patria. Y la Patria, generosa con sus héroes, supo premiar sus meritorios actos bélicos, con un cargo administrativo de relumbrón, donde poder acomodar su jubilación sin los amenazantes silbidos de proyectiles afeitando sus orejas.
Y en esas se hallaba Paquito, llevando una vida sin sobresaltos, respetado y querido por todos. Cada mañana recorría, sentado en la parte trasera de su auto oficial, escuchando, en la radio, a Diego Oquendo, el camino de su casa a su despacho.
Cómo correspondía a su abolengo, Paquito pertenecía desde hacía tiempo a un Club Social de mucha tradición en la ciudad: El prestigioso “Club Naranja”. Siguiendo el ciclo de vida de este tipo de Clubs, con el tiempo había perdido lucimiento y sus requisitos de entrada, antaño exquisitos y exclusivos, se habían ido rebajando para compensar la desaparición de viejos socios con la sangre renovada de nuevas generaciones. Donde antes se solicitaba una probada trayectoria ideológica respetuosa con los valores programáticos establecidos en los legendarios estatutos del Club Naranja, ahora existía un solo casillero:
“¿Es Ud. de Izquierdas?” Si/NO; seguido de un casillero adicional para los que habían respondido que No con la siguiente pregunta: “¿Ni siquiera un tantito así?” SI/NO; y una última alternativa para los que seguían insistiendo en No: “¿Apoya Ud. a la Selección Nacional?” SI/NO.
Un “sí” en cualquiera de los tres se había convertido en el único requisito, y aún así se hicieron excepciones. El resultado, como no podía ser de otra manera, fue la entrada de morralla que había falseado sus títulos académicos, escoria que había sido expulsada de otros clubs, en fin, lo que cabía esperar.
A Paquito le molestaba esto, pero no le paraba demasiada bola al Club. Siempre pensó que era más lo que ganaba el Club con su presencia, que lo que el Club le aportaba a él.
Un buen día, en el trayecto, le sorprendió ver una larga fila de personajes muy conocidos, muchos de ellos miembros del Club Naranja, haciendo fila frente a la sede social de un nuevo Club, el Club Verde. Le pidió al chofer que parara un instante y se bajó a preguntar.
Ramiro, un conocido socio del Club Naranja, le saludó desde la distancia, sonriente, alzando el brazo:
“¡Paco! ¡Paquito! Acá. ¡Vente pa cá!”
Paquito se dirigió al lugar que le indicaba su buen amigo Ramiro.
“Qué bueno que por fin te animaste, Paquito. Hace tiempo que quería conversar contigo sobre este Club. Es muy importante que te afilies cuanto antes. Va a ser bien bacán, ya verás… Estamos casi todos…”
“Pero… ¿Y el Club Naranja?”
“Pendejada ñaño. Tú sabes que eso se dañó hace ratón. El naranja ya no sirve. Ahora lo “fashion” es el verde.”
Paquito le miraba sorprendido. Qué lejanos parecían los tiempos en que Ramiro le convenció sobre lo bueno que iba a ser para el Club Naranja asociarse con el Club RED de un tal “Lelo”. Que con esa alianza el Club resurgiría de sus cenizas hacia un nuevo amanecer. El mismo Ramiro le había expresado su desprecio por “esa aventura a ninguna parte” que era el Club Verde cuando apareció, apenas dos años atrás.
“Y ¿Qué piden acá?” preguntó Paquito.
“Poca cosa, nada que no podamos hacer.”
“Y ¿por qué van todos los de la fila con los pantalones en los tobillos?”
“Es parte del protocolo. No te preocupes. Además, es más fresco así. A mí me incomodaba mucho al principio, sobre todo para caminar. Parecía un pingüino y a veces tropezaba y me daba un trompazo… ¡Mira, mira ese…! ¡Jua, Jua! Menuda trompada se ha pegao el Arquitecto."
Efectivamente, un conocido Arquitecto azuayo se acababa de caer de morros mientras la fila avanzaba que más parecía el famoso documental, ganador del Oscar, sobre la migración antártica del Pingüino Emperador.
“Yo por eso he optado por la moda escocesa” prosiguió Ramiro mientras señalaba orgulloso su falda tableada a lo highlander. “¿Verdad que me parezco a Mel Gibson en Brave Heart?”
“Claro, claro, como dos gotas de Agua.”
“Ven conmigo que tengo un contacto en la puerta y seguro que, en cuanto les anuncie tu visita, se van a poner muy contentos y te van a dejar pasar sin esperar turno… Una cosa más, creo que uno de los jefazos de la franquicia internacional está hoy de visita. Yo ya le conozco, es un pana muy campechano. Te va a encantar. Lo único es que tiene algunas manías y le gusta que se siga un cierto protocolo con él.”
“¿A parte del tema de los pantalones tobilleros?”
“Si, pero no es nada, no te preocupes. ¿Tu recuerdas cuando fuiste al Vaticano y saludaste con el Papa?”
“Si claro.”
“Pues lo mismo. Le gusta que le saludes de la misma manera.”
“No entiendo… ¿Quiere que le diga Su Santidad?”
“No, hombre, no. No seas exagerado. Lo que quiere es que le saludes con el gesto del beso en el anillo.”
“¿Beso en el Anillo? ¡Ni hablar! Faltaría más.”
“Si ya lo hiciste con el Papa, ¿por qué te pones tan exquisito ahora? ¿Qué importará un saludo que otro?”
“Mira, no estoy seguro de querer pertenecer al Club. Yo con el Naranja tengo bastante. Le damos una buena manita de pintura a la sede y ya verás.”
“Que no, Paquito. Hazme caso. La sede naranja no tiene arreglo. Se cae a pedazos. Mira, no quería decírtelo, pero si no te cambias a tiempo te esperan años muy duros y, reconozcámoslo, no estás ya en edad de comenzar de nuevo. Olvida tus remilgos y hazme caso. Te va a gustar el Club Verde.”
Paquito quedó pensativo. No faltaba razón en las palabras de Ramiro. Él quería seguir en su cómodo despacho, a ver pasar la vida con ilusión pero sin sobresaltos.
“Me lo voy a pensar. Quizás en un par de meses.”
“No, Paquito. Tiene que ser ahora. Si no es antes del 28, las inscripciones quedan cerradas. Esta gente, además, no se anda con medias tintas: si no estás con ellos, te consideran su enemigo y van a por ti con todo lo que tengan. Hazme caso, Paquito, únete a nosotros.”
Y Paquito se unió al Club.
Meses más tarde, tras una disputa interna entre un tal Acosta y un señor Barrera, los del Club Verde sacaron de su puesto al viejo Paquito, después de rendirle, eso sí, un sincero homenaje, con reloj y placa conmemorativa, en agradecimiento por la lealtad y los servicios prestados.