miércoles, 18 de noviembre de 2009

2012: MENSAJES DE LA PELÍCULA



Antes de nada, quiero advertir a los lectores del post que éste puede contener información sensible sobre el argumento de la película 2012, y las reflexiones sobre la misma podrían alterar la forma en que aquellos que no hayan visto el film, aprecien el mismo. Mi sugerencia es que vean la película y luego revisiten el post para tomar una posición sobre lo acá comentado. Hecha la advertencia, no me culpen luego si alguno decidió hacer caso omiso de la indicación.

Debo confesar que hacía tiempo que no acudía una sala de cine: sinceramente, en este mundo maravilloso, donde las leyes del mercado y el libre comercio han puesto ante nosotros una cantidad, prácticamente ilimitada, de alternativas de ocupación de nuestro tiempo, donde la tecnología empodera a los individuos hasta niveles nunca antes imaginados (aunque todavía, en mi opinión, insuficientes) y podemos muscularizar nuestros cerebros en el libre ejercicio del pensamiento crítico e informado, la idea de ocupar 2 horas 38 minutos en una butaca incómoda, en compañía de los olores y ringtones de 83 desconocidos, cayendo en la tentación de los hidratos de carbono y las grasas sobresaturadas a precio de escocés añejado, no resultaba demasiado atractiva. Añádanle la inevitable hora de trayecto ida y vuelta más la posibilidad de presenciar un bodrio indigerible, y entenderán mis razones para contribuir con la espantada de espectadores que dicen que sufre la industria del celuloide.

En cualquier caso, una excelente campaña viral en internet, con un tráiler espectacular,



y la significativa posibilidad de disfrutar de efectos especiales de última generación en una pantalla de dimensiones imposibles para la humildad de mi morada, más la persuasiva insistencia de mi esposa, fueron argumentos suficientes para embarcarme en la aventura del cine en una noche entresemana.

La película es facilona pero entretenida… se deja ver, como cualquier otro “disaster movie”. También como cualquier otro “disaster movie” incluye mensajes, moralinas, mojigaterías, discursitos y supuestas enseñanzas sobre los “valores” del género humano: solidaridad, hermandad, sacrificio y toda la parafernalia del arsenal del buen moralizador hollywoodiense.

Hollywood, siempre atento y pendiente de las tendencias de opinión pública, pero aún más atento y dispuesto a generarlas, ha participado, alquilando su talento, en la consolidación de agendas políticas diversas. Durante la Segunda Guerra Mundial, las películas ensalzaban hazañas bélicas con actos de sacrificios heroicos, la progresía aprovechó el rechazo a la guerra de Vietnam para colocar sus guindolas supuestamente antimilitaristas con excelentes ejemplos en Apocalypse Now, Platoon, con tanta facilidad como se rindieron al patriotismo "demoledoramente encantador" de Rambo.

Con el paso del tiempo, las películas bélicas fueron perdiendo interés y pasamos a la fase de los disaster movies, que tiene diversos subgéneros de acuerdo a la localía de su ámbito de influencia: Tenemos los desastres focalizados (como Aeropuerto, The Towering Inferno…), Regionales (Volcano, Dante’s Peak, Earthquaque, Twister...), o Planetarios (Day After Tomorrow, Armageddom, Deep Impact, Independence Day…) que podían tener variantes de acuerdo a si la amenaza era natural, provocada por el hombre, o de origen extraterrestre.

2012 pertenece al grupo de la referencia a desastre planetario natural.

Debo reconocer que me sorprende, y agradezco, que no se haya caído en el discurso, socorrido y maniqueo, de los perversos efectos de la acción humana sobre el futuro planetario (supongo que Roland Emmerich, el director, tuvo suficiente con The Day After Tomorrow), y hayan buscado las causas del desastre en un origen ajeno, impredecible y, sobre todo, alejado de la influencia del ser humano.

También hay un componente que no esperaba de una película del mismo director de Independence Day, pero que no me sorprende en absoluto: en 2012 Estados Unidos no es el salvador del planeta. Hasta ahora, casi la totalidad de las películas de Desastres eran una especie de panegírico a favor de Estados Unidos. Uno salía del cine con una frase en la mente: “Thank God we have the Gringos” (Gracias a Dios, tenemos a los Gringos). Siempre eran ellos los héroes que salvaban el planeta con sacrificadas misiones espaciales (Armageddom), o intraterrestres (The Core), o con el ingenio inagotable de sus intelectuales y el valor de sus tropas (Independence Day). En esta ocasión, y completamente acorde con las preferencias de la Era Obama, los gringos no son los mesías acostumbrados, aunque participan del evento, como cabría esperar.

Estoy seguro que disfrutaría mucho más del cine si no fuera tan escéptico, siempre dispuesto a sacarle la punta a todo, percibiendo tramas que para mí son evidentes pero que al ojo del espectador inocente pasan desapercibidas. Pero es que, desde la perspectiva de la experiencia, en el concepto del filósofo español Ortega y Gasset, cada quien debe reconocer que es uno y su circunstancia, y las cosas no son siempre, o casi nunca, lo que parecen.

Por eso a mí me molesta ver la “corrección política” de 2012, presente en detalles como la destrucción del Vaticano: Me pregunto cual habría sido la reacción del mundo Islamista si lo ofrecido en pantalla, en lugar de católicos aplastados por la cúpula de San Pedro cayéndoles encima, hubiera sido el desmoronamiento de la Meca haciéndose pedazos cayendo sobre miles de fervorosos fieles, aplastados por los escombros, mientras rezaban versos coránicos. Supongo que la audacia hollywoodiense no llega a tanto. Tampoco me convence el guiño cómplice a China, aunque con matices tibetanos, en el elogio de su capacidad como colectivo industrial.

Sin embargo si rescato la crítica al Estado como concepto, su incapacidad para hacer lo que verdaderamente se supone que debe hacer: servir a los ciudadanos, y la denuncia de su verdadero objetivo: crecer y perpetuarse como organismo. El Estado busca sólo la defensa de sí mismo, como concepto, como entidad. La carroña de los líderes políticos decidiendo qué debe saber la población y cuando; eligiendo quien sobrevive y quien no, los protocolos de acción y respeto a la jerarquía para casos de ausencia del Jefe de Estado, son ejemplos patentes, y patéticos, de la verdadera función del Estado como realidad tangible: su propia supervivencia.

En algún momento de la película se intenta, a mi juicio sin éxito, hacer una crítica contra el poder del dinero (los multimillonarios pueden comprar su ticket a la supervivencia), pero ese detalle no es otra cosa que la manifestación de la realidad del poder del Estado como monopolio y origen de la corrupción: Si a cualquiera de Ustedes le filtraran información sobre el fin del mundo, ofreciéndole una posibilidad de salvar su vida y la de sus seres queridos a cambio de silencio y un dinero que si tiene, ¿la rechazaría?

El Estado siempre estará dispuesto a sacrificar a los ciudadanos, en nombre de un supuesto “bien común” que no es otro que su propia Supervivencia como Estado. Por eso no dudará en sacrificar vidas en conflictos absurdos. Jamás tendrá reparos “morales” o “éticos”, porque el fin siempre justificará los medios. ¿Qué importa la vida de individuos dispuestos a sacar a la luz pública la información, comparada con la supervivencia de la Raza Humana? El Estado debe asegurar su propia supervivencia porque se ve como la única representación de la sociedad, se viste a sí mismo, y convence a los ciudadanos, de una irreal legitimidad para ser depositarios de imaginarios derechos aparentemente superiores a los del individuo.

El final de la película, intenta dejar al espectador con una sensación de esperanza. Sin embargo, en mi opinión, tratar de imaginar la nueva raza humana resultante de los individuos seleccionados a dedo por el Estado, para ser los supervivientes que deban hacerla resurgir de su casi extinción, más parece el comienzo de una película de terror.

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