martes, 18 de agosto de 2009

COCACOLA DEMOCRACY

Dos Asesinos sucumbiendo a las tentaciones del imperio.
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La buena gente de mi patria, y de otras según veo, se ha acostumbrado a escuchar, de boca de nuestros políticos, una suerte de barbaridades, impropias de seres humanos con sentido común, y aceptarlas como verdades incuestionables. Algunas son ridículas y, en apariencia, tan inofensivas como declararse bolivariano, martiano, sandinista, morazano y alfarista (por cierto lo de meter a Morazán en el discurso de posesión es todo un detalle que ni siquiera el delincuente tuercebotas de Mel, un reconocido traidor a las ideas del Tegucigalpense, supo o quiso comprender), y al mismo tiempo, socialista. José Martí, Francisco Morazán, Eloy Alfaro y el propio Simón Bolivar, todos confesos admiradores del pensamiento liberal de los Padres Fundadores de la Revolución Norteamericana, serían, de estar vivos hoy, el blanco de los epítetos y las iras de los mafiosos del socialismo del siglo XXI, que no demorarían en catalogarlos de pelucones, pitiyanquis y contrarrevolucionarios porque, ajustados a la realidad histórica, eso es lo que eran. Declararse Bolivariano y antiyanki es, por tanto, una ridiculez más o menos inofensiva, pero ridiculez al fin y al cabo, tan absurda como proclamarse demócrata y renegar de la máxima expresión de democracia conocida por el hombre: el mercado.


En estos días el expresidente responsable de la Pichicorte, ha formado lo que llama “Gabinete en la Sombra”, y, al parecer, no se trata de un negocio de cortes y peinados ubicado bajo una carpa o al cobijo de algún ceibo. En algún lugar de nuestra geografía, el amazónico ha tomado juramento a una serie de ciudadanos para ocupar los cargos de Ministros en la Sombra dizque para fiscalizar y hacer oposición al Ejecutivo correísta amparados en el Artículo 111 de la Constitución que dice, textualmente: Se reconoce el derecho de los partidos y movimientos políticos registrados en el Consejo Nacional Electoral a la oposición política en todos los niveles de gobierno.


No me ha sorprendido la configuración de esta curiosa propuesta. Cuando llegan al Gobierno personas convencidas de que ganar elecciones les otorga patente de corso para obligar a aquellos que no votaron por ellos a elegir entre convertirse al correísmo o vivir sometidos a la persecución totalitaria; cuando se cree que salir favorecidos con un voto mayoritario equivale a ser generador, custodio y depositario de verdades únicas de imposición obligatoria y derecho a silenciar disidencias; cuando se considera que tener mayoría licencia el aplastamiento de minorías, así estas sean formadas por un solo ciudadano, tarde o temprano, mientras no existan Comités de Defensa de la Revolución que institucionalicen la delación y el fascismo, convirtiendo a cada ciudadano en espía vigilante de la actitud contrarevolucionaria de sus vecinos, surgen iniciativas de resistencia pasiva o violenta. El mismo supuesto movimiento forajido, ruptura de los 25, etc., tuvo su origen en la intransigencia de la partidocracia a renovarse o crear canales donde la voz de algunos ciudadanos pudiera ser escuchada.

Cuando la casta dirigente impone la exclusión discriminatoria por diferencias ideológicas como política de estado, la ciudadanía busca alternativas más o menos democráticas para reclamar sus derechos.


Porque, seamos francos, esta idea infame que hoy exprime el correísmo, pero que pertenece tanto a izquierdas como derechas, de sacrificar individuos para imponer la visión de un supuesto bien común, la conocida tiranía de las mayorías, no es nueva. En realidad es la consecuencia casi ineludible de un sistema plebiscitario pero profundamente antidemocrático. Porque, la verdadera democracia es aquella que no se queda en la búsqueda del servicio sino que obliga a las instituciones, comprometiendo su propia supervivencia, a servir al ciudadano de forma eficaz satisfaciendo sus necesidades, anhelos y deseos. El resto de modelos siempre estará viciado de imperfecciones que derivarán, invariablemente, en corrupción y ciudadanía insatisfecha.


Porque lo que vivimos hoy en día no es más que el monopolio del poder donde los ciudadanos se someten a la tiranía del Estado que les obliga a elegir, cada cierto tiempo, al supuesto “mal menor” de entre una terna de ególatras ambiciosos adictos a su propio cretinismo, que se toman dicha elección como un cheque en blanco para imponer sus intoxicadas visiones de la sociedad dependiente, en mayor o menor grado pero siempre dependiente, del Estado.

Es una forma perversa de perennizar estructuras de opresión convirtiendo a los oprimidos en cómplices agenciosos de su propia esclavitud.



Para demostrar el absurdo antidemocrático del modelo de Estatismo Plebiscitario que vivimos apliquemos una sencilla analogía fácil de comprender:

Tomemos, como ejemplo, el mercado ecuatoriano de las colas (los refrescos, no las nalgas). Según parece, la mayoría, en porcentaje cercano al 50% de los ciudadanos, con su decisión soberana ejercida diariamente en su papel de consumidores, ha elegido CocaCola como su refresco de preferencia. Si el mercado se manejara tal y como desea Correa que se maneje el Estado, esto significaría que CocaCola tendría el derecho de imponer su producto a todo el mercado, eliminando al resto de fabricantes por, al menos 4 años. Si no te gusta la CocaCola, te jodes, porque la mayoría prefiere esa marca. No sólo eso: si en el momento de la elección compraste Pepsi, Big Cola o cualquier otra alternativa minoritaria, serás descalificado, insultado, humillado y pateado en discursos y actos de Cocacolismo Revolucionario. Se organizarán Comités de Defensa de la Cocacolución en cada casa, en cada barrio, donde cualquier actividad considerada contraria a la imposición de la Cocacola será vigilada, denunciada y finalmente combatida y sometida a la tiranía de la mayoría. Se les acabó la teta a esos pepsicómanos de la refrescocracia, por fin las mayorías se impondrán a las élites oligarcas. Y no sólo eso, se obligará a los que no les guste la Cocacola a pagar impuestos para financiar campañas donde las canciones de los Beatles servirán para promocionar la Revolución Cocacolana, ¡hey dude!



En el mercado el consumidor individual es el verdadero soberano. La Cocacola sabe que tiene que ganarse sus preferencias todos los días, mejorando su producto y la forma de facilitar el acceso a él por parte de todos los consumidores, convencer a cada persona que recibe más satisfacción, (riqueza) consumiendo su producto que guardándose el dinero o consumiendo productos competidores; y aún así, siempre estará sometida a la voluntad final del ciudadano que tiene la última palabra sobre qué destino darle a su patrimonio.

Lástima que, en política, en lugar de mercado o democracia verdadera, vivamos en un modelo de traspaso de monopolio entre tiendas políticas que pretenden imponer la tiranía de su mayoría.

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